“Te invitamos a cenar, pero sólo un pan con tomate, ¿vale?; contigo no nos atrevemos a más, nos da apuro”, suelen excusarse mis anfitriones. No lo he entendido nunca, parece como si cocináramos sólo para demostrar las virguerías que sabemos hacer. Cuando tenemos invitados, compramos lo mejor de lo mejor para complacerlos. Lo entiendo: tenemos tantas ganas que no se escatima ningún esfuerzo. Y vamos aún más lejos: se trata también de mostrar el espacio de convivencia íntima en el que crece la familia. Valoramos mucho que los amigos nos digan: “Os haremos una ternera tal y como la cocinaba mi madre”; o bien: “A los niños les encantan las patatas en salsa y, como también vienen los vuestros, lo mejor sería pensar en una comida que le gustara a todo el mundo”. No hay duda: ser uno mismo, sin velos ni afeites ni actuaciones de cara a la galería, es la mejor forma de convertirse en un excelente anfitrión.
La casa como espacio íntimo, decía: la mesa del comedor tiene que situarse en un punto agradable. Lo mejor de estar con los amigos es pasar un rato distendido; en cambio, convertir la casa en un restaurante, querer practicar una cocina que se asemeje a la que solemos encontrar en las catedrales gastronómicas es ir en sentido opuesto. Si somos amigos, el trato con cordialidad lo supera todo. El dicho de que la familia nos viene impuesta mientras que los amigos los escogemos resulta especialmente adecuado para momentos en los que tenemos que ser nosotros mismos.
Si tienen ustedes invitados a cenar, les aconsejo un menú práctico, que no les obligue a levantarse de la mesa a cada rato. Un entrante frío ya emplatado en la cocina justo antes de sentarse a mesa, una sopa o un guiso caldoso acabado en el momento en que los invitados están aparcando el coche y, como traca final, una carne o un pescado al horno que puedan llevar a la mesa y servir con gustosa generosidad. El postre ya depende de las habilidades de cada uno, e incluso el recurso a la pastelería de confianza es perfectamente correcto, y si se puede presentar una especialidad local, el éxito está asegurado: ¿a quién no le gusta conocer el país o la región a través de los dulces? Ah, un último consejo: no se pasen con los vinos, mejor dos de categoría que un surtido alcohólico que después, al volver a casa, obligue a sus invitados a ir de safari para esquivar los controles de alcoholemia.